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¿Se está volviendo la violencia política moralmente aceptable para la izquierda?

¿Se está volviendo la violencia política moralmente aceptable para la izquierda?

Una caravana en una obra para construir un centro de detención juvenil arde después de que los manifestantes atacaran el lugar durante las protestas en Seattle el 25 de julio de 2020, en Seattle, Washington. | | David Ryder/Getty Images

Algo ha cambiado en la cultura política estadounidense, y no debemos apartar la mirada.

Una encuesta reciente del Skeptic Research Center revela que el 49% de los liberales de la Generación Z está de acuerdo en que “la violencia es a menudo necesaria para crear un cambio social”.

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Léalo de nuevo. Casi la mitad. No se trata de un pensamiento marginal, sino de la corriente principal de toda una generación de la izquierda.

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Esto explica lo que estamos presenciando ahora: una creciente serie de asesinatos, amenazas de muerte, doxing, agresiones y otras formas de violencia política contra influencers conservadores, escolares cristianos, ejecutivos de empresas, jueces federales y agentes del orden.

No son incidentes aislados. Forman un patrón. Y el patrón plantea preguntas que una república sana nunca debería tener que hacerse: ¿Se ha vuelto la violencia política moralmente aceptable para una parte significativa de la izquierda estadounidense? ¿Cuándo la retórica se vuelve letal? ¿Y qué exigen las Escrituras a la Iglesia en un momento así?

La evidencia se acumula

El patrón comenzó a surgir hace años. Después de la decisión del caso Dobbs versus Jackson que anuló el fallo de Roe versus Wade en 2022, un hombre armado con una pistola, un cuchillo y varias herramientas fue arrestado frente a la casa del juez Brett Kavanaugh. Fue acusado de intentar asesinar a un juez de la Corte Suprema, se declaró culpable y ahora ha sido sentenciado a solo ocho años.

Ese mismo año, Jay Jones —ahora candidato demócrata a fiscal general de Virginia— envió mensajes de texto en los que fantaseaba con asesinar al presidente republicano de la Cámara de Delegados de Virginia. Los mensajes salieron a la luz recientemente, durante su campaña de 2025. En ellos, a Jones se le daba a elegir hipotéticamente entre disparar a Adolf Hitler, a Pol Pot o al presidente de la Cámara, Todd Gilbert. Escribió: “Gilbert recibe dos balazos en la cabeza”. Cuando estos mensajes salieron a la luz con la votación anticipada ya en marcha, los principales demócratas se negaron a pedir su retirada.

La violencia se intensificó. Donald Trump sobrevivió a dos intentos de asesinato distintos durante la campaña presidencial de 2024. En ambos casos, individuos armados se posicionaron para matar al candidato republicano.

En diciembre de 2024, Luigi Mangione presuntamente asesinó al director ejecutivo de UnitedHealthcare, Brian Thompson, en Manhattan. La respuesta: Mangione se convirtió en un “héroe popular” instantáneo entre la izquierda. Más de 74.000 personas reaccionaron con emojis de “risa” a la publicación de condolencias de UnitedHealthcare en Facebook. Se vendió en línea mercancía con la imagen de Mangione. Los fondos para su defensa se dispararon. Mujeres publicaron thirst tweets (mensajes de admiración) elogiando su apariencia. CNN mostró sus fotos sin camisa durante la cobertura de noticias. Todo esto, por un hombre acusado de dispararle por la espalda a un hombre desarmado en una calle de la ciudad.

Para 2025, la violencia se ha acelerado aún más. Un tirador trans entró en la Iglesia Católica de la Anunciación en Minneapolis y abrió fuego durante un servicio matutino entre semana, matando a dos niños e hiriendo a otros 21. Los objetivos eran los feligreses.

Menos de dos semanas después, Charlie Kirk fue asesinado a plena luz del día mientras se dirigía a una multitud de estudiantes en la Universidad del Valle de Utah. Las redes sociales estallaron con miles de publicaciones en Bluesky, Tik Tok y otras plataformas celebrando y burlándose de su asesinato.

Las fuerzas del orden federales también se enfrentan a ataques descarados y sin precedentes. El Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés) informa de un aumento de más del 1000% en las agresiones contra agentes del ICE que intentan hacer cumplir la ley de inmigración. Esto incluye dos ataques de emboscada con disparos distintos contra instalaciones del ICE que hirieron a un oficial del ICE, mataron a un detenido del ICE e hirieron de gravedad a otro.

Y no se trata solo de violencia aleatoria. Una revisión de la inteligencia de la DEA por parte del DHS reveló que a las pandillas de los barrios del suroeste de Chicago se les ofrecieron recompensas en efectivo por asesinar a oficiales federales. Según el Washington Examiner, estos cárteles rastreaban los movimientos de las fuerzas del orden utilizando vigilantes en los tejados y comunicaciones por radio encriptadas.

Los pagos eran explícitos: 5000 dólares por un agente, 25.000 por un oficial al mando y hasta 50.000 por un funcionario de alto rango. El crimen organizado ahora pone un precio literal a quienes hacen cumplir la ley federal.

La ideología detrás de la violencia

¿Por qué la violencia se está volviendo tan aceptable para la izquierda? La respuesta es tanto teológica como ideológica.

En el fondo, la izquierda ha adoptado una cosmovisión cuasi-gnóstica que divide a la humanidad en iluminados y no iluminados, opresores y oprimidos. En este marco, quienes se interponen en el camino del “cambio social” —ya sea el aborto sin restricciones, la ideología de género, las fronteras abiertas o cualquier otra de las sagradas causas progresistas— no es que simplemente se equivoquen, es que son malvados. Se les considera “fascistas”, “nazis”, “deplorables”. ¿Y qué se hace con la gente vil? Ciertamente, no se debate con ellos. Se les detiene, por cualquier medio necesario.

Esta retórica es habitual. Proviene de políticos, comentaristas de los medios y activistas que han pasado años deshumanizando a sus oponentes. Cuando la Iglesia que predica la moralidad sexual tradicional se convierte en un objetivo legítimo, cuando el activista conservador que desafía la ideología de género se vuelve prescindible, cuando el oficial de inmigración se convierte en un agente de la Gestapo, no se trata de actos de locura aleatorios. Son las conclusiones lógicas de una ideología que ha sacralizado ciertas posturas políticas y ha demonizado toda disidencia.

Este es el fruto natural de una cosmovisión desconectada de la autoridad de las Escrituras. Cuando el hombre se convierte en la medida de todas las cosas, cuando la autonomía personal y la justicia autodefinida reemplazan la ley de Dios, la violencia se vuelve no solo permisible, sino virtuosa. El revolucionario siempre cree que su causa justifica sus métodos.

El apóstol Pablo nos advirtió sobre tales hombres: “El fin de ellos será la perdición; su dios es el vientre, y su gloria está en su vergüenza; solo piensan en lo terrenal” (Filipenses 3:19).

La historia confirma este patrón. La Revolución Francesa prometió libertad, igualdad y fraternidad, y entregó la guillotina. Los bolcheviques prometieron la liberación de la opresión, y entregaron el Gulag.

Cuando se rechaza la autoridad moral trascendente, la ideología utópica llena el vacío. Y la ideología utópica siempre, siempre conduce al derramamiento de sangre. Aquellos que creen que están construyendo el cielo en la tierra inevitablemente crean un infierno para quienes se interponen en su camino.

A dónde conduce este camino

Hemos visto esto antes. La Alemania de Weimar cayó en la violencia política a medida que las ideologías contrapuestas —cada una convencida de su propia rectitud— convirtieron las calles en campos de batalla. El resultado no fue la resolución, sino el ascenso del totalitarismo.

Cuando la violencia política se normaliza, cuando los oponentes son constantemente deshumanizados, cuando el asesinato se celebra en lugar de condenarse, la sociedad no corrige el rumbo, sino que se acelera hacia el colapso.

La pregunta no es si esto puede suceder en Estados Unidos. La pregunta es si ya estamos en ese camino.

El silencio de la complicidad

Lo que puede ser más preocupante no es la retórica violenta en sí, sino la respuesta de los líderes demócratas.

Cuando los mensajes de texto de Jay Jones salieron a la luz, el senador de Virginia Tim Kaine los calificó de “inaceptables”, pero afirmó que seguiría apoyándolo. La candidata demócrata a la gubernatura de Virginia, Abigail Spanberger, condenó los tuits, pero se negó a pedirle a Jones que se retirara, insistiendo en que los votantes debían tomar la decisión. Sean Rankin, presidente de la Asociación de Fiscales Generales Demócratas, calificó los textos de “imprudentes e inaceptables”, pero concluyó que Jones seguía siendo la mejor opción. El Comité Nacional Demócrata se negó a hacer comentarios.

Este no es un partido que traza una línea firme contra la violencia política. Este es un partido que calcula el costo electoral de condenarla.

El presidente del Partido Demócrata de Virginia, Lamont Bagby, hizo el cálculo explícito: “No hay forma de que [los republicanos] puedan adoptar una postura de superioridad moral cuando tienen a Donald Trump en la Oficina Oval. Jay Jones será nuestro candidato, y ganará”.

El mensaje es claro: la violencia de nuestro bando es lamentable, pero en última instancia, excusable.

La respuesta cristiana

Entonces, ¿cuál es la respuesta fiel a este momento?

Primero, debemos nombrar lo que está sucediendo. La violencia política es malvada. Es el fruto de corazones en guerra con Dios. Venga de la derecha o de la izquierda, debe ser condenada sin ambages.

El sexto mandamiento —“No matarás”— no admite excepciones. Fantasear con matar a tus oponentes políticos viola el espíritu de la ley de Dios. Llevar a cabo tales asesinatos es cometer uno de los pecados más graves contra la imagen de Dios.

Segundo, debemos rechazar la falsa equivalencia. Cuando se enfrentan a la violencia de sus propias filas, los líderes de izquierda señalan a Donald Trump. Los cristianos deben negarse a jugar a este juego.

No defendemos el pecado señalando los pecados de otros. Como mandan las Escrituras: “No seas vencido por el mal, sino vence el mal con el bien” (Romanos 12:21).

Tercero, debemos reconocer la cosmovisión en guerra. La creciente aceptación de la violencia política por parte de la izquierda proviene de una visión materialista y utópica que no tiene lugar para la verdad trascendente ni para la imagen de Dios en cada persona. Esta es una batalla espiritual que requiere armas espirituales.

Debemos proclamar el Señorío de Cristo sobre toda la vida, incluida la política. Debemos insistir en que los seres humanos poseen una dignidad inherente, no por su utilidad para la revolución, sino porque están hechos a imagen de Dios.

Cuarto, debemos recordar el papel histórico de la Iglesia. A lo largo de la historia, la Iglesia ha servido como una fuerza de contención contra la violencia política. Cuando los emperadores romanos exigían lealtad absoluta, los cristianos proclamaban un Rey superior. Cuando los revolucionarios franceses adoraban a la diosa de la Razón, los fieles sostenían que la razón misma encuentra su fuente en Dios. Cuando los regímenes totalitarios del siglo XX exigieron una devoción idólatra y mataron a los cristianos que se negaron, la Iglesia —en sus mejores momentos— se mantuvo firme.

Estamos llamados a ese mismo testimonio ahora. Como manda Proverbios 24:11-12: “Rescata a los que son llevados a la muerte; detén a los que van tambaleando al matadero”.

Finalmente, no debemos desanimarnos. Cristo ya ha ganado la victoria. Su Reino no avanza a través de la violencia, sino a través de la proclamación del Evangelio y la obediencia fiel de Su pueblo.

Nuestras armas no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios (2 Corintios 10:4-5).

Las preguntas que tenemos ante nosotros

¿Reconocerá y se arrepentirá la izquierda estadounidense de su creciente tolerancia hacia la violencia política? ¿La condenarán los líderes demócratas de forma clara y coherente, incluso cuando sea políticamente inconveniente? ¿Reconocerá una generación criada para ver la política como una guerra que sus oponentes llevan la imagen de Dios?

Y lo más importante: ¿Será la Iglesia la Iglesia, proclamando el Señorío de Cristo, defendiendo la imagen de Dios en todas las personas y ofreciendo la única esperanza que puede sanar verdaderamente a una nación empeñada en desgarrarse a sí misma?

La respuesta aún no está escrita. Depende, en parte, de si aquellos que invocan el nombre de Cristo se mantendrán firmes en la autoridad de la Palabra de Dios, rechazando tanto la violencia del revolucionario como la cobardía del que transige.

La retórica de la izquierda se ha vuelto letal. Los datos revelan una generación que ve cada vez más la violencia como una opción viable. Y la Iglesia debe decidir si hablará la verdad en este momento, o si permanecerá en silencio ante el derramamiento de sangre.

Que Dios nos dé el valor para elegir correctamente.

Publicado originalmente en el Standing for Freedom Center.